Soy filósofa de mi propia existencia, es decir, poetisa
Soy filósofa de mi propia existencia, es decir, poetisa

“Humano” debería de ser un insulto: el monstruo de mil cabezas

La peor forma de injusticia es la justicia simulada.

Platón, República

Platón era conocedor y sabio. Él también dijo: “El conocimiento sin la justicia debería llamarse astucia en lugar de sabiduría”. Pero ¿qué es justicia? No me extraña que existan tantos abogados, jueces, notarios en un mundo lleno de inhumanos como éste. No sé yo la palabra humanidad por qué adquirió esa connotación positiva, cuando la mayor parte de lo que abunda es gente tacaña, egoísta, oportunista, vengativa, interesada y sin empatía. Normalmente, de manera inconsciente, en algunos pocos casos de forma consciente, a lo cual se llama psicopatía.

Se necesitan tantas reglas para mantener al humano domado, porque él, en su multitudinaria mayoría, no puede trascenderse a sí mismo. Entonces, se inventan un montón de papeles, leyes y políticas con las que limpiar su fantasma de consciencia y quedar por encima del rebaño. Todos, en algún momento, en una situación concreta, hemos cometido errores, pero pocos se quieren dar cuenta, pocos aprenden la lección y aspiran a superar cada una de esas humanas actitudes. Menos aun llegan a ser personas íntegras y congruentes, pues es más cómodo vivir la vida sobreviviendo y distrayéndose de sus vacíos. Entonces, ¿humano? Humano debería de ser un insulto.

A estas alturas de mi vida, he observado cómo soy el producto de un artificio fraguado durante siglos. Soy el resultado de alguien que no soy: soy un no-soy. Me han destruido (a mí y a todos) desde muy pequeña para construir con mis trozos un títere basado en comandos, un robot programado al servicio del sistema: me han deshumanizado para moldearme a la realidad dominante mientras el entorno me recuerda constantemente las instrucciones para seguir oprimiendo el ser que llevo dentro para así no dejar de funcionar. En mí existe un órgano latente, pero sus latidos tan solo significan ansiedad que debe de ser paliada con una pastilla, porque un corazón no debe de notarse en el pecho: eso solamente ocurre en novelas, series y películas que consumimos, no en la vida real.

Así es el humano que han inventado, alguien deshumanizado, y así lo había interiorizado: debía de comportarme como artilugio que ni siente ni padece, que solo ha de callar y seguir directrices, sus roles laborales y funciones consumistas para que el enorme engranaje capitalista siga marchando. Una inteligencia artificial sin alma, una mente colmena, un don nadie sin individualidad, un todos y ninguno. Nos mintieron y maniobraron para hacernos identificar con un número nacional de identidad al que máximo le sobran en su tiempo libre atisbos de vitalidad en los que trascender los datos y expresar su verdadera esencia en forma de arte, pero sin esperar nada a cambio. Sin embargo, crecí y me di cuenta de que lo realmente ilusorio es esta humanidad: una pura fantasmagoría desarraigada y dirigida por maquiavélicos psicópatas. Y cómo me está costando ahora autodestruirme para volverme a crear, romper con todas esas programaciones mentales con las que nos adiestran desde la más tierna infancia: dejar de ser no-ser, exorcizar el capitalismo que llevo dentro.

“El mundo necesita más personas deviniendo y menos dividiendo”: sin ser conscientes de esto, como sociedad todos formamos parte de este plan de deshumanización: todos somos víctimas y verdugos que lo perpetúan, que pretenden adiestrar a los demás sin saber ni lo que están haciendo (cumpliendo órdenes subconscientes y ya programadas por alguien más). Nos encaminamos a dividirnos en millones de fragmentos ajenos que se asemejan a escombros amontonados en las ruinas de una quimera.

Hay algunas cosas tan encarnadas en el sistema, aquí o allá, sea en México, en España, en Alemania o dondequiera, que veo muy, muy difícil de erradicar y que radican en la mal llamada naturaleza del ser humano. Injusticias enraizadas en la moral que la mayoría acepta. Moral no es lo mismo que ética, esto hay que dejarlo claro de antemano. Moral es un conjunto de reglas de conducta y patrones de pensamiento aceptados en una sociedad y época en concreto y considerados verdaderos e inamovibles: programaciones, creencias, comandos e instrucciones. Ética es la reflexión y cuestionamiento de la moral y la búsqueda de lo justo y lo bueno más allá de todo ello: los valores, la raíz de la justicia.

En base a esto, considero que hay dos especies distintas de humanos: una es la de los animales racionales, que conforma la mayoría en el planeta, aquellos simios que se creen con razón, pero que no son más que elementos obedientes enfrascados en costumbres que no se cuestionan y manipulados por el sistema. Parecidos a los que Byung Chul Han llama Phono Sapiens. Son los que actúan según la moral de su contexto sociocultural sin reflexionar sobre sus pilares, los fácilmente manejables como marionetas por las modas y la ingeniería social. Yo los voy a llamar los humanimales (como humano y animal). La otra humanidad es aquella de grandes artistas, filósofos, científicos revolucionarios y seres espirituales, aquellos que obran éticamente, o al menos aspiran a ello y están en caminio, que buscan el origen y el sentido de las cosas y miran dentro de sí mismos para acercarse a la verdad por encima de lo aparente. Los que, en definitiva, parecen de otro planeta. Yo los llamo humaliens (mezcla de humanos y aliens).

Pintura de alien con mono y bebé humano
La creación del ser humano: concepción cósmica entre el padre gris y la madre simio. Pero yo sé que no estás preparado para esta conversación.

Existen contados humanos en un tramo avanzado de su camino álmico, en comparación con la mayoría. Ellos suelen ser filósofos de la vida, incluso los hay que han llegado a ser auténticos filósofos de la historia, poetas, científicos y artistas, mentes brillantes de almas más relucientes aun: Nikola Tesla, Friedrich Nietzsche, Platón, Anaximandro de Mileto, Werner Heisenberg, Miguel Ángel Buonarroti, Omraam Mikhaël Aïvanhov, Bruce Lee, Pitágoras, Walt Whitman… Todos ellos polifacéticos, sensibles y creativos, cuya chispa divina irradia en cada obra que han realizado. Bien conocidos por unas cosas y desconocidos por otras al menos igual de grandiosas. Muy a menudo son incomprendidos en su época o malinterpretados fuera de su contexto sociocultural (están fuera de la moral). Mas la atemporalidad de su ingenio solo puede ser comprendida desde algo más arriba de lo mental: la verdad se siente desde la conciencia. Estos grandes seres son las llaves para acceder a ella y nos han dejado sus claves a cielo abierto, entre millones de innecesarios conceptos e información, para que separemos el trigo de la paja, para que dentro de ese océano de datos, rescatemos la molécula del alma.

Algunos de los estos humaliens no se han querido/podido adaptar al mundo, no lo han aceptado y han sufrido muchísimo, acabando incluso completamente solos y considerados locos (como Nikola Tesla). Sin embargo, sus ideas eran grandísimas, sus intenciones nobles y han dejado al mundo un valiosísimo patrimonio a rescatar y desarrollar (en parte confiscado por el gobierno, como en el caso de Tesla…). Otros sí que han sido capaces de adaptarse por el propósito de elevarse más allá y, en esa adaptación, desde dentro, incluso han cambiado lo de fuera e influido en el mundo para siempre (Buda, Jesucristo…). El problema viene con los que les siguen después, los humanimales, quienes no comprenden profundamente el mensaje de estos grandes seres, los malinterpretan y producen la confusión. Entonces, se generan nuevas costumbres desarraigadas de la verdad: el problema viene de esta mayoritaria humanidad que no se cuestiona nada, que sobrevive consumiendo y siendo usada, la que conforma la gran parte de la gente de este planeta.

Pero, a veces, el problema también puede venir de estos propios humaliens. La pintura de 1787 realizada por Jacques-Louis David, La muerte de Sócrates (La Mort de Socrate), refleja magistralmente el mundo: el aprendiz que supera al Maestro en sabiduría y consciencia, Platón, sentado de espaldas y cabizbajo sin querer actuar ni mirar, mientras el sabio Maestro castigado injustamente, Sócrates, está decidido a tomarse el veneno y a sacrificarse para darnos una lección de valentía y hasta de orgullo. Está tan convencido de que el alma es inmortal, que asume con soberbia su destino sin pretender usar las opciones de escape que tiene, porque esto sería ir en contra de sus principios, sus ¿valores?, su propia doctrina. Todos los demás presentes están sin hacer nada más que lamentarse, atenidos a la decisión de Sócrates de dejarse asesinar, acompañando en sus últimos minutos a la víctima y hasta dándole la cicuta que lo mata.

Algunas de las personas cuya consciencia han cultivado por encima de la media y que tienen a mano todas las herramientas para el desarrollo ulterior de su espiritualidad, a pesar de ello, muchas veces no se atreven a enfrentarse a la realidad. Prefieren seguir cómodamente a sus líderes espirituales, seres a veces necios que pecan del famoso ego espiritual, de esa arrogancia por aferrarse a su sistema de ideas y no cambiarlas: descubrimientos éticos, metafísicos, espirituales o científicos que tanto trabajo les ha costado conocer y que han forjado como catedrales teóricas a las que se aferran. No quieren destruirlas para volver a crear algo más cercano a la verdad, pues ello supondría que habían vivido en una ilusión.

Estos humaliens que deberían ser el impulso en el mundo, que tienen una responsabilidad consigo mismos a través de la cual se produce el cambio global, en ocasiones se pierden en las formas y construyen más dogmas que hacen que el sistema siga funcionando mecánicamente, pero con un toque distinto. Perpetúan la falta de consciencia. La ética involuciona a moral: de la consciente reflexión a la autómata costumbre. Al final, no se diferencian tanto de esos simios racionales, volviéndose ellos mismos monstruos de las mil cabezas, de las mil razones para los mil egos. Excusas, justificaciones para actitudes alejadas de los valores a los que inicialmente aspiraban. Les sigue la inmensa mayoría de los seres humanos que se limita a quejarse, protestar, fanatizarse e incluso volverse ciegos verdugos en pos de una creencia del líder. Como dije, esta pintura es un reflejo del mundo.

La Mort de Socrate, de Jacques-Louis David

Al igual que son necesarias normas y reglas para mantener al humano común domado, también el humalien precisa las suyas para no caer en esa monstruosa racionalidad que crea miles de personalidades fragmentarias, de egos, y que le hunde en la otra realidad, la percibida por la mayoría: el infierno del mundo. El sabio ha de buscar en la Naturaleza los principios de la verdad, pues ella siempre nos habla si la sabemos escuchar. Estos axiomas/principios naturales son las bases de la ética y la espiritualidad. Creo que ahí radica el secreto para mantenerse con los pies en la tierra y los ojos en el universo: descifrar el lenguaje oculto en que está escrito en el libro de la Naturaleza. Ella no tiene ego, pues ella pertenece a otro tipo de realidad superior en la que en parte convivimos, pero a la que dañamos demasiado a menudo, alejándonos de ella.

No respetamos la Tierra ni el cielo ni el agua, contaminamos consciente e inconscientemente hasta llegar a verter basura al espacio por avaricia, egoísmo e indolencia. Unos pocos que tienen el control deciden que así sea (y me atrevo a decir que lo propician), son los mismos que mediante ingeniería social culpabilizan al humano común de las catástrofes y limitan las alternativas. El humano desarrolla tanta tecnología para el entretenimiento y la pereza y tan poca para vivir en armonía con el mundo natural; a menudo vetan a los que la inventan (de nuevo pongo a Nikola Tesla como ejemplo), pues no interesa que la humanidad sintonice con la naturaleza, ya que entonces no consumiría tanto y se erradicaría este sistema al que pertenecemos, que es una fábrica de humanos morales: de robots. Incluso se reparte ya el humanimal los territorios de planetas que aún no ha pisado mientras las masas aplauden o abuchean. Todo muy moral para su era y lugar. Así opera el monstruo de las mil cabezas, de los mil egos.

Sin embargo, no pensemos en el ego como el supremo enemigo del mundo. El ego en el humano tiene una función, al igual que todo lo que existe tiene su causa y su consecuencia: la de recordar. Sí, el ego sirve para recordar nuestro origen, para volver a comprender que cada acto que cometemos genera efectos y que cada situación tiene un motivo. No existe la casualidad ni el azar, porque si así fuera, no existiría el universo mismo. El cosmos es una estructura perfecta, tan perfecta, que necesita nacer para comprenderse a sí misma a través de seres imperfectos como nosotros. Si se fundamentara en lo casual, en el azar, así como emergería, desaparecería y no cabría ni un instante de consciencia. El cosmos tiene un lenguaje y son las matemáticas, pero éstas no se expresan en las fórmulas que el humano ha inventado para comprenderlas de alguna forma, sino que todo está cifrado en geometría, la llamada geometría sagrada.

¿Y qué pinta el engreído y egoísta humano con sus mundanas leyes y derechos en todo esto? ¿Qué hacen los humaliens compartiendo un mismo espacio con los humanimales? Estamos todos aquí encarnados en un cuerpo de carne y hueso para enfrentarnos desde él al estado más sólido, denso y lento de la energía, para comprender este estado tan pesado y trascenderlo. Cada uno de nosotros está en su tramo del camino. En este viaje, a veces incluso corremos el peligro de caer en el agujero negro de nuestra mente y enfermamos físicamente o emocionalmente. En este viaje nos divertimos poniéndonos disfraces y etiquetas para dar una imagen sin fondo, porque para adquirir una profundidad hay que hundirse y ensuciarse. Nos aferramos cómodamente a ideas y dejamos que la vida fluya como el engranaje de un reloj diseñado por un suizo.

Es más fácil para el humano fungir como tal, enredándose en guerras de egos interminables, con miles de monstruos mordiéndose entre sí unos a otros (los de la propia mente de una sola persona), que reconocerse a sí mismo como algo más que un corpúsculo sólido y pasar a otro estado más sutil y elevado. Por eso, se necesitan sacralizar tantas reglas para cuajarlas en una moral que conserve al humano amansado y domesticado: que no pueda trascenderse a sí mismo. Todo ello es más sencillo que realizar la misión a la que hemos venido: conocernos a nosotros mismos, crecer, crear, elevarnos, recordarnos y recordar la ley de causa y efecto para domar nuestros egos. Salirnos de este sistema kármico en el que estamos atrapados con nuestras acciones inconscientes. Devenir lo que realmente somos. Llevar al acto nuestra potencialidad. Germinar la semilla. Pasar de humanimal a humalien. Parafraseando a Nietzsche: “el humano es algo que debe ser superado”.

Para ponernos en marcha con esto, debemos empezar por darnos cuenta de que no somos esta máscara social con este nombre y número nacional de identificación. En base a esto, hemos de empezar a tomar pequeñas decisiones conscientes y alternativas, por muy arriesgadas que nos parezcan para nuestra integridad ficticia, por muchos miedos existenciales (inyectados) que se nos despierten. Cuando dejemos de creernos necesitar sobrevivir y adquiramos esa libertad para actuar con congruencia (aun dentro del sistema), es cuando recordaremos el vivir, dejaremos de comportarnos de forma inhumana y le devolveremos el auténtico sentido a la palabra humano: aquel ser en potencia que se expresa en cada acto.

El conocimiento sin la justicia debería llamarse astucia en lugar de sabiduría.

Platón

Pero ¿qué es la justicia? Platón era conocedor y sabio, pero hubo de recordarlo.

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