Fuera de bromas, pues éste es un asunto muy serio y una de las decisiones más importantes que he tomado en mi vida. ¿Por qué me hice vegana?
Antes de dar este paso que es contemplado a la distancia por muchos como súper radical, opté por una dieta vegetariana durante más de tres años y medio.
Mis gatos me hicieron vegetariana
28 de noviembre del 2015. Mi gata Mucki da a luz a cinco bebés: Arcki, Momito, Momita, Joker y Puni. Yo la acompañé durante todo el embarazo y estuve con ella en el parto. Ella me quería a su lado. Solamente me separé de ella antes de que empezara a parir para ir rápido al baño y a por agua. Les vi nacer, con mucho cuidado les sostuve en mis manos. Mucki me dejó ser su madre y la de todos ellos.
Cada día crecían y engordaban un poquito más. Experimenté cómo cada uno de ellos vino al mundo con un carácter predefinido: unos eran más llorones, otros se dejaban agarrar y seguían apacibles, otros eran más espabilados y otros necesitaban más calor. Unos abrieron los ojos antes que otros. Vi cómo cada uno de ellos aprendía a diario algo nuevo, mientras se iban haciendo más grandes y su forma de ser se iba definiendo.
Hasta esta etapa de mi vida, siempre había comido carne y pescado, porque era lo que había. Sin embargo, siempre sentí cierta repulsión y algo de asco cuando pensaba en lo que estaba comiendo: un animalito con sus tiernos ojos, su pelaje, o con sus escamas que había nadado libre por el océano hasta ser capturado. Me imaginaba al animal y sentía repulsión. Pero había que pasar el trago y comer lo que ponían en la mesa. Simplemente, tragar sin pensar.
Cuando me independicé y me fui a vivir Alemania, era libre de decidir qué comida compar. Pero la costumbre y falta de reflexión me llevaron un largo tiempo de cinco años a la inercia compulsiva de seguir metiendo en el carrito lo que había: lo que toda la vida se había consumido, lo que más abundaba en el supermercado. Quería estar ciega.
Hasta algún día de febrero del 2016, cuando sin más y de repente tuve que dejar de comer el pollo cordon blue que me estaba llevando a la boca. Ya no pude reprimirlo más. Me estaban dando ganas de vomitar.
Ya no era por imaginarme una vaca, un cerdo, o una gallina; estaba viendo a mis gatitos crecer y desarrollarse. ¿Por qué comemos terneros, cochinillos y pollos, pero no perritos, ni gatitos? Eso es lo que se conoce como especismo, una especie de racismo o xenofobia, una discriminación culturalmente establecida hacia algunos animales que comemos frente a los que no comemos.
No acabé aquel cordon blue. Un mordisco mal dado y escupido de ese pollo relleno con cerdo fue el últmo trozo de cadáveres que me metí en la boca.
Así que el principal motivo por el que dejé de comer animales muertos fue el asco y la empatía. Después decubriría muchas más ventajas: la salud, la vitalidad, el impacto ecológico.
Bebé vegetariana
Fue un cambio radical que no me costó. No eché de menos en ningún momento la proteína animal. Sin embargo, al principio ingería mucha comida basura, vegetariana, pero chatarra al fin y al cabo: al microondas dos minutos y listo. Nunca me gustó cocinar. No me informé y estuve así más o menos un mes. Me sentí un poco débil algunos días. Hasta que comencé a leer sobre alimentación vegetariana y a cambiar de hábitos.
Me enteré de que los vegetarianos necesitan vitamina B12 y que ésta, según leí, no se encuentra en ninguna fuente vegetal. Es producida por bacterias y microorganismos presentes en la tierra y el agua que, al ser digerida por los animales, se acumula en su intestino, donde generan la B12. Si nosotros consumiéramos plantas sin lavarlas, también podría ser producirla en nuestros intestinos. Pero esto es impensable, por lo que dependemos de un suplemento. Sin embargo, hoy en día tampoco los animales la generan, pues se alimentan a base de pienso. Ellos son suplementados con esta vitamina, al igual que los vegetarianos y los veganos. Es decir, los omnívoros reciben B12 de manera más indirecta que los vegetarianos y los veganos, a través del cadáver de un animal al que le han tenido que dar un suplemento.
Me compré unas pastillas con una megadosis de B12 para recompensar el primer mes. A las seis de la mañana me despertaba plena de energía, cuando yo siempre he sido muy dormilona. Después pasé a otras pastillas con una dosis diaria normal.
Actualmente, tomo este suplemento: Multivitaminas y minerales veganos, de la marca Vegan Vitality. Trae 180 unidades, para medio año de suplementación, y está súper bien de precio. Cada día tomo una pastilla y, por supuesto, son aptas para veganos. En realidad, los veganos solamente necesitamos cubrir la carencia de vitamina B12, pues, teniendo una alimentación equilibrada, no tenemos por qué tener carencias de otros minerales y vitaminas.
Otra cosa importante es el omega 3. Al no consumir pescado, se necesita otra fuente alternativa que mucha gente no conoce. Pero adquirirlo es mucho más fácil y natural que la B12. Encontré en internet que dos cucharaditas de semillas de lino o de chía cubren las necesidades diarias. Se consigue hoy en día en casi cualquier supermercado y si no en herbolarios. Desde entonces añadí las de lino triturado a mi café con leche en los desayunos.
También comencé a tomar leche vegetal de almendras o de avena, al haberme enterado de que los lácteos contienen trazas de pus y sangre. La leche de vaca siempre me dio algo de repelús, al igual que los cadáveres, pero en menor medida (en ese momento). Lo que sí seguía consumiendo era queso. Y huevos.
De vital importancia también es el hierro. Pero no solo para vegetarianos y veganos, sino para todos. Hay muchísima gente con anemia. Lo bueno es que hay muchísimos alimentos vegetales que contienen altas cantidades de hierro, como son las semillas de calabaza (mucho más que lentejas y garbanzos). Es muy importante para que el cuerpo lo absorba tomar suficiente vitamina C. Y, no, las naranjas no son ni con mucho de los aliementos que más de ésta contienen, sino el pimiento rojo.
“Es que tú no comes nada…”
Para algunos “amigos” mi decisión resultó molesta, pues ya no podían salir conmigo a tomar pinchos, porque yo no comía nada. Y tampoco bebía tanto alcohol, pues no sé qué es todo lo que contiene y, además, si cuidaba mi cuerpo con la alimentación no iba a destruirlo con bebida. Así que ya no era para nada guay, me volví una friki y les cortaba el rollo. A pesar de que no me quejaba de nada y me adaptaba a las situaciones. Si había que comer hojas, las comía y punto. Hacían más drama ellos que yo, que en aquel entonces estaba (aún) muy calladita.
En mi familia todos me miraron raro. Pero tampoco fue nada nuevo, ya que siempre fui la alienígena de la familia. “¿Qué vas a comer?”, “Te privas de un manjar“, “¿Pero, por qué… [poniendo cara de asco y de odio]?”. Mis padres rápido se adaptaron. Algunos familliares que viven en el pueblo y han hecho la matanza toda la vida también, pero otros ya no me podían invitar a cenar porque no saben cocinar sin cadáveres.
En mi entorno social era la única vegetariana. Pero me sentía muy bien con mi manera de vida. Y así pasé tres años y medio… Hasta que volví a sentir una profunda arcada.
La veganazi quejica
Mi cuerpo me decía que ya no debía consumir ni lácteos, ni huevos, que debía dar el paso de la dieta vegetariana a la vegana.
¿Cómo así de repente?
Bueno, ya dije que hacía años que no consumía leche animal en casa. Pero si salía a tomar un café y no tenían leche vegetal, tomaba de vaca. Me producía asquito… pero me aguantaba. Queso seguía tomando, pero cada vez menos. En los últimos meses cuando lo tomaba, aunque me gustaba el sabor, sentía un regusto repulsivo: a sufrimiento. Con los huevos pasaba parecido, los utilizaba poco. Éstos sí que me parecían repugnantes y solo los podía tomar en tortilla. Huevos cocidos solo la clara, porque odiaba la textura de la yema. Los huevos fritos desde pequeña no me gustaron.
Por octubre del 2019 empecé a sentir hipersensibilidad en mi cuerpo. Sobre todo a los olores. Al combustible en el autobús de camino al trabajo, al jabón al lavar la ropa, a la lejía, al tabaco, a cosas plastificadas. Me resultaban insoportables hasta el punto de sentirme indispuesta, con ganas de vomitar y a veces con mareos. Tuve que cambiar el detergente de la ropa por uno neutro especial para la sensibilidad química que, además, era vegano. En aquel entonces aún era vegetariana, pero si podía consumir productos de limpieza y de estética veganos, mejor. Para limpiar la casa: vinagre, limón, bicarbonato. Nada de lejía. Olerla me irritaba la garganta y cargaba la cabeza durante todo el día.
Productos de higiene corporal empecé a buscarlos también veganos. A parte de los estándar del herbolario, encontré una tienda online que los hace artesanos, veganos, sin testarlos en animales y que envía a toda España. Sus champús sólidos son lo mejor que he usado jamás en mi pelo. La tienda se llama Le Vamp Cosmética Vegana. Pura dedicación y cariño se siente al usar cada uno de sus productos, en vez de indiferencia y falta de amor propio y ajeno con los baratos del supermercado que están llenos de químicos.
También he usado a menudo los champús de la marca Corpore Sano, los cuales son veganos, de agricultura ecológica y no tienen siliconas ni parabenos.
Esta sensibilidad a los químicos, de momento, ha remitido un poco y se mantiene, permitiéndome tolerar ciertas cosas como ir en autobús. Pero otras cosas me siguen produciendo dolor de garganta, cabeza y estómago, como la lejía. De momento tengo toda la precaución que puedo y evito lo que está a mi alcance. Por ejemplo, en casa no tengo ningún producto de la limpieza químico y mi modo de desinfectar es con una mezcla de vinagre, bicarbonato y agua. Mi cabello me lo tiño con henna de la marca Radhe Shyam, bastante económica y ecológica, usando el método de dos pasos para cubrir las canas, el cual me funciona perfectamente. Y detergente de la ropa uso de la marca Beltrán, específico para sensibilidad química y le añado unas gotas de aceite esencial de naranja. Deja un olor súper fresco y sano, pues no me afecta para nada, a diferencia de los detergentes convencionales.
Es extraño que tuviera este primer ataque. Las cosas ocurren siempre por algo y gracias a esto mi decisión de hacerme vegana se precipitó. A raíz de esto, tomé más conciencia de mi propio cuerpo, de lo que le hace mal, de lo que le chirría manifestándose en arcadas y repugnancia. Nuevamente no encontré mucha comprensión en mi entorno: “Eres una exagerada”, “Es todo psicológico”, “Son tus manías”, “Te estás volviendo más maniática y obsesiva”… Y yo digo: si ya he sobrevivido, y bien vivido, hasta aquí con mis “manías” y costumbres, ¿qué hay de malo en dar un paso más si me lo pide mi cuerpo a gritos?
Reconocí que ahora tampoco soportaba los lácteos, ni los huevos. No los quería en mi vida. Mucho tiempo había reprimido y controlado esta náusea, de nuevo por presión social, para no llamar más la atención con mis “rarezas”. Pero ya no me daba la gana seguir con el juego de meterme en el cuerpo lo que los demás consideren como correcto. Y ellos así lo consideran no por sabiduría y experiencia propia, sino que lo experimentan como normal porque les es impuesto desde fuera.
Antiguamente, había que comer lo que se podía. Eran tiempos difíciles y se tenía que mirar por la supervivencia. En la actualidad, en los países del llamado primer mundo, el capitalismo nos lava el cerebro mediante la publicidad con basura que no necesitamos y que, es más, nos perjudica: cada vez más aditivos químicos, potenciadores de sabor, colorantes artificiales, alimento (¿?) producido, prefabricado más barato y más rápido para el consumo y el engullir más barato y más rápido. Así nos hinchan como a cerdos antes de San Martín, como a conejillos de laboratorio con los que experimentan los últimos medicamentos. ¿Y esto que hoy en día es tan normal y está aceptado por casi todos, que tan pocos se cuestionan, es lo que está bien? ¿Para quién? Para las personas no creo. Para los animales de la industria ganadera es aún más evidente que tampoco. Y para el medio ambiente es una devastación.
Así como hoy en día existe una industria que cubre las necesidades y vicia cuerpos y mentes, podrían igualmente emplearse los medios técnicos para producir una alimentación en equilibrio con el humano, el animal y la naturaleza.
Parece que por sentir tanta empatía, por reflexionar, tener criterio propio y por hacer caso a mi experiencia me convertí en veganazi. Más en concreto, el 4 de noviembre del 2019 me pasé al veganazismo. ¿Cómo tan de repente? Bueno, la decisión, igual que la de hacerme vegetariana años atrás, fue repentina, pero se venía germinando en mí muchísimo tiempo hasta que me atreví a escucharme a mí misma y a llevarlo a cabo.
Going vegan crazy, baby
Este paso del vegetarianismo al veganismo fue mucho más fácil que cuando dejé de ser omnívora. Ya tenía la experiencia sustituyendo proteína animal por vegana y la leche. Como les ocurre a casi todos los que se hacen veganos, mi mayor miedo era echar de menos el queso. Pero descubrí que todo se puede hacer sin animal. Existen sustitutos del huevo y de los lácteos, hasta queso vegano, y sabe bien. Es muy caro, sí, si nos vamos a comprar los productos ya elaborados, pero comer animales que hayan tenido (supuestamente) una vida de calidad es igualmente caro. Sin embargo, ser vegana es económico cuando inviertes un poco de tu tiempo. Yo antes no sabía y no tenía ganas de saber, hasta que me di cuenta de cuán importante es lo que nos metemos en el cuerpo y entonces descubrí lo fácil que es crear un montón de recetas y formas de crear deliciosos platos veganos sin prescindir de ningún sabor y sin crueldad animal.
Ya no es el reflejo automático de elegir cualquier basura procesada y tragarla. Todo es mirado: ingredientes, procedencia, etc… Y una se da cuenta de que casi nada puede comerse por ahí, porque en todo mezclan trozos de cadáveres. Resultan más baratos los animales paridos y “vividos” sin salir de su jaula, sin espacio, hinchados a medicamentos y revolcándose sobre su propia mierda sin poder dar ni un paso, con una miserable existencia llena de sufrimiento para acabar asesinados como si fueran cosas.
Muchas cosas que se comen en la calle están químicamente procesadas, con un montón de ingredientes de nombres raros que no se sabe muy bien qué son. En todo ello hay inconciencia… En esos “productos” y en el acto reflejo de comprarlos sin mirar y de dárselos al cuerpo envenenándolo lentamente. Prefiero el pequeño mal de tomar pastillas de B12 antes que consumir cadáveres o secreciones animales y miles de químicos.
La producción de lácteos no difiere mucho de la de carne. Es pura crueldad. En palabras del actor y activista vegano Joaquin Phoenix:
Nos creemos en el derecho de inseminar artificialmente a una vaca y robarle a su bebé, a pesar de que sus gritos de angustia son inconfundibles. Y después tomamos su leche, destinada a ese ternero, y la ponemos en nuestro café y en nuestros cereales.
Joaquin Phoenix en su discurso por haber ganado el Oscar
Sitios con las mejores y más económicas recetas veganas
Se pueden elaborar los platos en casa de manera económica y sencilla. Hay miles de recetas en YouTube que están para chuparse los dedos. Por ejemplo, Vida Vegana, una mexicana de la que aprendí la mejor receta de tortilla de patatas vegana que he probado. Hay un grupo de Facebook, Platos veganizados, que tiene todo tipo de recetas realmente impresionantes con las que descubrirás que todo se puede cocinar en versión vegana sin que notes diferencia gustativa. También los de Danza de Fogones publican unos platos veganos espectacularmente deliciosos, sencillos de hacer y accesibles a cualquier bolsillo. Yo, personalmente, cuando no sé qué cocinar entro a su página web y elijo lo que más me apetezca (es difícil decidirse, pues cada plato es más rico). Además, siendo vegana una se obliga a cocinar más y a ser aún más consciente de lo que se come que siendo vegetariana y se está, por lo tanto, mejor alimentada. Solo hay que tener un poco de tiempo y ganas. Que estamos muy mal acostumbrados teniéndolo todo a mano prefabricado en el supermercado.
No hay excusas. Ser vegana es un acto de conciencia conmigo misma y con los demás. La humanidad necesita cuestionarse más todo acto que comete de manera directa o indirecta y hacerse responsable de sus decisiones. Ante la indiferencia e incluso la exclusión social solo puedo decir que si el mundo no se adapta a tus costumbres, tampoco tienes que aceptar tú las suyas. Sé un alien si hace falta, piensa por ti mismo y actúa por convicción. Poco a poco cambiarán las cosas a tu alrededor. Cada vez hay más opciones veganas y si no las encuentras, siempre podrás comer hojas, que de ésas siempre hay (y muchísimo más que hojas: legumbres, setas, hongos, semillas, frutas…).