La intuición es el sentido más importante que tenemos. Trasciende los cinco sentidos; lo invisible, lo inaudible, lo intangible, lo inoloro, lo insalobro, lo inefable, lo inconsciente. Conecta nuestra mente despierta con el ser. Tiene don de chispa, de fotón ontológico, partícula inmediata e inmesurable con espíritu de mosca cojonera que pulula ante las narices del alma. A veces zumba, apesta, pica y hasta produce arcadas, mas siempre somos nosotros quienes gravitamos a su alrededor (sin saberlo). Danzamos sin voluntad propia, profundamente confusos en una ilusión llamada vida.
¿Por qué no confiamos en nuestra intuición? Aunque vuele más allá del humo y no la veamos, su viscosidad nubla nuestros pasos y un peso se cierne tras el ombligo.
Ella brota desde el abismo, se enraíza entre nuestras piernas, las trepa y nos bate ante los hoyos de nuestros ojos. La intuición es una oscuridad abisal cegada ante la luz. Hace sombra y hace desaparecer lo que brilla por su ausencia. Nada es sin ella, sin la nada; no hay apariencias. Es esa incógnita que ignoramos, que nos crea y nos seduce.
Los pilares que sustentan la realidad palpable tampoco son estables ni determinados a primera vista. Nuestras pupilas de camaleón los desconocen. Debemos nuestra existencia a un punto desenfocado más allá del espacio y el tiempo. Pero seguimos fundando religiones sobre voluptuosas columnas que imitan, mitifican y pretenden explicar la densa verdad. Rezamos sin meditar, meditamos sin pensar, pensamos sin estremecer y en esa incongruencia sentimos ligereza. Pero la verdad no es ligera ni brillante, al igual que un agujero negro no lo es, ni fluyen por él los segundos ni los milímetros. Ella contiene. Algún día alguien la atrapará en una fórmula, si no ha sido ya descifrada y vuelta a cifrar en otra región cósmica y teletransportada hasta las profundidades de la conciencia.
¿No me creéis? ¿No pensáis que exista una indiscutible unidad verídica? Decídselo a esta inconfundible sensación que me empuja al acantilado que es expresarme ignorando los límites de la lógica. Sentid. La razón hay que atreverse a domar para volverse libre. No me creáis.
Errada o no para quienes reflexionan y se baten entre teorías o teología, jamás mentiría. Mi intuición no miente. No necesito un líder, un ídolo, creencias o el sentido de la vida. La intuición me guía.