Siempre he sido insegura, evasiva, tímida. Pero ahora lo diré sin rodeos: quiero vivir de escribir. Toda mi vida ha sido un deseo reprimido y hoy lo manifiesto abiertamente. Concreto mi intención, expongo mi finalidad. Asesino mis síntomas, sano mi enfermedad.
—Pajaritos en la cabeza —dice mi madre y el 98,888% de la gente.
—¡Es mi vida! —respondo yo.
¡Pio, pio! Solamente los locos tenemos pajaritos en la cabeza, el resto está dementemente cuerdo. Si hay algo que he observado durante 32 años en este planeta es que estamos aquí por y para algo. Pero la mayoría hace caso a lo que su mente manipulada le ordena y su don se rebaja hasta el nivel de pasatiempo.
Mi deseo es vivir de la literatura. La escritura es lo que amo desde niña. No es mi hobby, es mi propósito vital. Todo lo demás son meros medios para mi fin. Todo me ha llevado hasta este punto: hasta este punto final de mi vida.
Órden en jaula
En el instituto tenía dos clases de profesores: los que me animaban a estudiar lo que realmente me gustaba, porque después ya encontraría la profesión apropiada relacionada con ello, y los que me decían que estudiara algo con salidas, que para mis hobbies tenía los ratos libres. Evidentemente, hice caso a estos segundos y, evidentemente, no he logrado más que frustrarme.
Estudié formación profesional de secretariado, para tener conceptos básicos que sirvieran en varias salidas laborales. En Alemania hice diseño gráfico, ya que está relacionado con el arte. Gracias a los primeros estudios, escribo rápido sin mirar al teclado, y a los segundos, hago yo sola esta página web y la maquetación de mis libros, entre otras cosas. Tiempo después, siguiendo el consejo de los profesores de la primera clase, comencé dos carreras universitarias: filosofía y lingüística histórica (indogermanística). Ambas me fascinan, pero no era el momento para concentrarme en ellas. Tal vez demasiado tarde, o demasiado pronto.
Cuando volví a España después de ocho años en Alemania, pasé por varias empresas en las que tuve malas experiencias. Más tarde creí haber encontrado, por fin, una justa y honrada, pero resultó un fiasco total. A día de hoy estoy en paro, cobrando la ayuda de desempleo hasta agosto. Seguramente tendré que buscarme un trabajillo para entonces, mientras se concreta mi fin de ganar dinero como escritora. Me da igual si es como secretaria, diseñadora gráfica o camarera. No me importa en absoluto hacer otras cosas. Es más, ya no me veo en una oficina.
Estoy agotada de alquilarme y esclavizarme ejecutando las ideas de los demás. Jamás me he identificado con ninguna empresa, al contrario, me he sentido falsa de pasar tantas horas del día con algo tan ajeno a mí. Tal vez por ello siempre me topo con empresarios patanes: el karma me lleva una y otra vez ante situaciones similares para ver si aprendo.
Barrotes oxidados
He intentado adaptarme. He intentado ver el lado positivo de las cosas, llevar mi día a día de forma pragmática, dedicar el tiempo libre a mis hobbies, conformarme con las vacaciones y fines de semana. Pagar mis impuestos, como todo dios, para recibir el día de mañana una jubilación, tal vez con 65, o con 67, o con 89 años, o nunca. Hay que pagar facturas y alquileres o hipotecas. Hay que correr en esta rueda de hámster como hace todo hijo de vecino, porque, si no, eres un maldito antisistema y un parásito social. O un alienígena al que no entiende ni su familia y del que se alejan algunos amigos.
No puedo serme infiel a mí misma para ser una puta concubina más de esta sociedad podrida.
—¡Malhablada!
—Gracias por el juicio gratis, agente de la autoridad legal personal.
Yo no pedí nacer (que recuerde), no elegí llegar a este mundo, ni a este país, ni a este entorno. ¿Por qué sí se espera de mí que me prostituya hasta el fin de mis días (y de mis fines)? ¿Para mantener qué estado de bienestar? ¿En el que no decidí ser dada a luz, o con el que algunos fantasean? El cuento de los millennials no ha sido más que un mito: hemos estudiado carreras, másters, doctorados, idiomas y es mejor ocultarlos en los currículos vitae, pues estamos sobrecualificados para la precariedad laboral vigente. Y no me refiero a precario por trabajar en un supermercado o de barrendera, pues estos trabajadores han sido algunos de los pocos imprescindibles durante esta pandemia; con precario me refiero a las condiciones laborales, al sueldo, horarios, y sobre todo al trato: como si fuésemos de usar y tirar. De nada ha servido el esfuerzo académico que nos inculcaron nuestros padres, por el que algunos estudiamos cosas que no nos gustaban, gastando años de nuestras vidas, confundiéndonos hasta llegar a este punto. O toca emigrar de nuevo para tener una vida digna y soportar la morriña. Para mí esto ni es digno, ni es vivir.
A pesar de no gustarme cómo funciona nuestra sociedad, no ha sido ella la causante de todos mis males. Por desgracia, gran parte de nosotros actúa inconscientemente por impulsos que ha aprendido desde que nació (pasado). Y el supuesto instinto de supervivencia implantado (ego del miedo) nos hace pre-ocuparnos por el futuro, en vez de ocuparnos de nuestro ser-ahora. Así es… Así es… ¿Será? ¿Era? ¡Ya me enredé! Parece que estoy desvariando, pero las palabras que bailan libre e intuitivamente son más sabias que mi mente. Como le dije a alguien: si algo es, debe ser porque conscientemente yo lo elija y lo cree yo misma. Creer en crear para crearse la fe en ello (que no mera creencia). La teoría es un empalago. La práctica será dulce (es, es). Por eso el ayer y el mañana me han llevado hasta este punto final de mi vida.
Fénix
En esta historia, solamente sirve la creatividad y la pasión (y hacer oídos sordos a lo que diga la mayoría). No puede haber términos medios para dedicarse al arte. O todo o nada. Surgir y escribir. Surgir y escribir. Surgir y escribir para resurgir y reescribir el relato vital. Solo sacrificándose y dándolo todo se puede lograr vivir de ello. Como algunas personas a las que admiro.
Tengo amigos y conocidos que para mí son un referente a seguir, pues han logrado vivir de su pasión. Entre ellos, mi amiga Martina, de Puppenwelt Creations, que hace títeres, y Rafael Fernández “Ezcritor”, colega autor de novelas surrealísticamente graciosas. Sé que a ellos les ha llevado mucho tiempo y trabajo, pero han podido alcanzar su sueño. ¿Por qué yo no?
Todos podemos vivir esa vida que soñamos, pero nos dejamos arrastrar por los miedos que nos han impuesto y que hemos creído que son de verdad. Si esos miedos ajenos apropiados son verdad, cuando en realidad son una fantasía, también puedo convertir mi fantasía en verdad. Pero la gente te va a contestar a esto que alucinas y vives en tu fantasía… ¡Sí! ¡Imaginas una propia, porque no quieres vivir en la suya! Mas ellos no quieren darse cuenta, porque es muy cómodo dejar pasar la vida así (y correr en la rueda de hámster hasta que papá estado les conceda la libertad con 65, 67, 89 años, o tal vez nunca). Ése es el punto, el punto final.
Deseo y pasión
—Yo quiero felicidad —le dijo un hombre a Buda.
—Primero retira ‘yo’ —respondió—, esto es el ego. Después remueve ‘quiero’, porque es el deseo. Mira: ahora solo tienes ‘felicidad’.
Si este sabio consejo práctico se lo aplicamos a mi “yo quiero vivir de escribir” el resultado es: vivir de escribir. Escribir sé y lo mejoraré, a vivir tengo que aprender: olvidar lo malaprendido y comenzar de nuevo. Relacionar la vida con la escritura es la acción, la acción es reescribir la vida. Sin más enredos de los que aparentan. Sublimando el deseo y curándome de mí misma: siendo mi pasión.
Semilla, muerte y reencarnación
El 14 de diciembre del 2019 me desvelé para pronunciar en secreto lo que desde siempre me fue revelado: me engendré a mí misma desde el alma y me gesté durante un tiempo. El 15 de enero de 2020 murió una parte de mí y toda yo murió con ella. En marzo mi bautizo fue de aire y luz.
He renacido y me llamo Arim Atzin.
Empieza el nuevo libro de mi vida: una escalera dorada hacia el amanecer. Así imagino mi ascenso a directora ejecutiva de relatos, novelas, poemas y reflexiones. Y con muchos pajaritos en la cabeza que den alas a mi creatividad.