Este artículo quiere abarcar tanto y a todos, está tan generalizado, que no me siento identificada con él, solo con la frase del titular. ¡Y poco más!
No quiero volver a la vida de mierda, a correr de un trabajo a casa, a cocinar, comer, dormir y a ese trabajo y de nuevo lo mismo todos los días y el fin de semana descansar y limpiar, porque hay que aprovechar el tiempo ausente que me ausenta, y que al final ese trabajo para el que vivía me corra como a la mierda después de cagar. No quiero volver a esa basura de vida. La vida es millones de veces más valiosa que estar encajonada en una espiral de consumo y sacrificio (en el sentido banal de la palabra, pues aquí nada se hace sagrado), donde este esfuerzo y este gasto se fusionan y vendes tu existencia al mismo sistema al que compras simulacros existenciales y así te vas perdiendo a ti misma, cayendo en círculos viciosos. Pero creo que ahora la vida ahí fuera será aún peor, ya que, lo que no hemos consumido durante meses, nos lo quieren meter por los ojos (y eso que apenas veo la tele, pero lo poco que he visto, los anuncios se pasan de descaro).
La atmósfera ha respirado sin nosotros, ¡hasta se podía ver el Everest y los animalillos volvían a ser libres! Y ahora que volvemos a salir, es peor que antes, pues los mares se ahogan en toneladas de plásticos, que se suman a los que ya había, procedentes de guantes y mascarillas reutilizables. Todo lo que nos han obligado a quedarnos en reposo, con nosotros (en nuestras casas, que no es lo mismo que entender quedarse en su templo interior, en soledad con una misma para autoconocerse), ese desequilibro ya explota hacia afuera: no volvemos mejores personas que antes, sentimos que tenemos que recompensar ese castigo y, como no hemos hecho, la mayoría, un ejercicio de comprensión, toda esa frustración se vuelca de nuevo al mundo: La nueva normalidad no es sino un reflejo externo del interno podrido de cada uno de nosotros.
Y qué decir de la gente, más loca e idiotizada que nunca. Unos tan sumisos incorporan la mascarilla o una pantalla más a sus vidas, primero como una moda, porque lo hacían los demás (estoy segurísima de que tan solo una minoría la ha llevado puesta conscientemente para proteger y protegerse), o por miedo: ¡que viene el bicho! Porque no es el amor, sino el miedo el que mueve montañas (de basura en los océanos). Ahora la llevan ahora porque es obligatoria (aunque para pasear no). Muchos que van con cubrebocas realmente solo se cubren la boca y dejan la nariz al descubierto, otros lo llevan en la papada como si fuera el estilismo de la Nueva Normalidad, el New Normality Style, así que solo les sirve, en estos casos, para decorar (como sus cabezas enteras). Y luego está esa otra gente que ya de por sí era (más) subnormal y ahora se le ha acentuado más (más) incluso: ésos que van en manada por la calle sin mascarilla y rozándote, sin apartarse cuando te cruzas con ellos, obligándote a ti a tirarte a la carretera o al prado, y que al pasar todavía se burlan haciéndote una pedorreta y salpicando con sus podridas gotas tu espacio vital.
Uf… No vamos a volver a la vida de mierda, ahora el mundo ahí fuera es todavía peor de lo que era: somos más desconsiderados con el medioambiente, nos han tenido encerrados, castigados como a niños pequeños, y salimos desbocados valiéndonos mierda todo y todos a recuperar el tiempo y los vicios perdidos; manipulables, más influenciables, porque nos han infectado con el virus del miedo, ese virus con el que se ha contagiado el 95% de la población y que mata el alma, ése que potencia nuestros egos y nuestras virtudes. En este mundo en el que los primeros pesan toneladas y las segundas brillan por su ausencia… no quiero ni imaginar.