Soy filósofa de mi propia existencia, es decir, poetisa
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La sanidad española condenó a muerte a mi padre, Pfizer lo ejecutó

Hoy, 15 de octubre del 2021, mi padre cumpliría 74 años. Tendría que estar celebrándolo en su casa, con mi madre, con sus gatos, conmigo, mis hermanos, mis cuñadas y mis sobrinos. Sus hermanas de Galicia le tendrían que estar llamando por teléfono y en el grupo de la familia gallega ya debería de estar respondiendo a las felicitaciones. Pero no puede ser, pues lleva casi tres meses enterrado en el cementerio municipal. A mi padre lo condenaron a muerte y después lo remataron.

Mi padre tuvo cáncer de garganta en 2019. Se lo trataron con radioterapia y, supuestamente, según los profesionales, para finales de año estaba curado. Tenía que ir a revisión cada ciertos meses y dijeron que todo estaba normal. Pero llegó la maldita pandemia y tocaba revisión. Marzo del 2020. La radióloga de turno detectó algo raro en el pulmón derecho, dos pequeñas manchas, pero no le dio importancia y dijo que no quería hacerle más pruebas para, según ella, no sobrecargar el cuerpo con tanta radiación. Que ya si eso para la próxima revisión se le miraría.

Ya en septiembre – octubre del 2020, en la siguiente visita al hospital, había una nueva doctora, la cual vio que esas dos insignificantes manchas se habían vuelto más grandes y ahora había otras más. Ésta no dudó en hacerle las pruebas que la otra no quiso hacerle medio año antes… pero, entre prueba y prueba… pasaron más meses. Sí, era cáncer, ahora en el pulmón, uno de los tumores estaba muy cerca de la garganta y no sabían si se había extendido de lo que supuestamente estaba curado un año antes en la garganta o si era algo nuevo… Más y más pruebas, pero no fue que empezó un tratamiento hasta enero del 2021, diez meses después de detectarle las primeras anomalías que no les dio la gana atender, aun teniendo antecedentes de cáncer, dejando que la enfermedad se extendiera a sus anchas durante diez malditos meses.

Recibió quimioterapia y más radioterapia durante dos meses, de enero a marzo. Parecía que los tumores habían remitido un poco y tenía que volver en julio para ver si había que dar más tratamiento o no. Estaba aparentemente bien. El 16 de abril le inocularon la primera dosis de Pf…, el 8 de mayo la segunda dosis. A finales de mayo, le empezó a dar un fuerte dolor en el costado derecho, se empezó a ahogar y a marear, por lo que el 5 de junio fue a urgencias. Tenía el pulmón encharcado y lo tuvieron cinco días ingresado, no porque necesitara estar en el hospital, sino porque si se iba a casa tendría que esperar meses para que le hicieran pruebas y le quitaran el líquido del pulmón. Durante su estancia, le daban la típica comida basura de hospital, con galletas procesadas incluidas y sobrecitos de azúcar para el café, pa que el cáncer estuviera aún más en su salsa (ya sabemos que el azúcar es el alimento favorito de los tumores cancerígenos, no hace falta estudiar medicina para saber esto). Le quitaron los dos litros y pico de líquido acumulado en el pulmón en unas pocas horas y para casa. El resultado de las pruebas fue que el cáncer se había extendido un poco al hígado y había que darle de nuevo tratamiento.

Tras salir del hospital, estuvo bien como una semana y para el 1 de julio se le volvió a encharcar el pulmón, como nos dijeron que ocurriría. De nuevo ingresado varios días, de nuevo la deprimente estancia con comida basura, de nuevo todo eso, para finalmente hacerle lo que le tendrían que haber hecho la primera vez: vaciar y sellar la pleura para evitar otro encharcamiento. Volvió el 6 de julio a casa. Cada día estaba un poco peor. Le empezaron a fallar las piernas y de ahí le fue fallando todo. Daría todos los detalles, pero no quiero entristecer más aún a los familiares. Teníamos la sospecha de que la metástasis también le había alcanzado el cerebro, pero, para verificar esto, le dijeron a mi madre que lo tendríamos que volver a ingresar, como si no hubiese estado ya suficientes días en el puto hospital. Los médicos de cuidados paliativos, tras revisarle en casa y ver sus síntomas, nos confirmaron las sospechas.

Finalmente, murió el 23 de julio del 2021 en su cama, tras permanecer dormido cinco días. Empeoró de repente dos o tres semanas después de la inoculación y murió dos meses y medio después de ésta. Cada uno que saque sus propias conclusiones, yo ya he sacado las mías y no es la primera persona cercana que conozco a la que tras hacerse eso los problemas de salud que ya tenía se le han acelerado y agravado. Él quiso ponerse el pinchazo y fue su decisión, él confío en lo que dicen que es bueno, pero la primera parte de esta triste historia no fue su decisión ni responsabilidad suya. El cáncer había tenido muchos meses de espacio y tiempo de reproducirse, de marzo del 2020 a enero del 2021 en que tuvieron a mi padre sin atender, en que los médicos de turno cometieron la negligencia.

Hoy mi padre debería estar celebrando su 74 cumpleaños, pero no puede, pues está muerto. En vez de eso, yo hoy me cago en la sanidad española y en su puta madre, así como me cago en todos y cada uno de quienes saben lo que están haciendo y, a pesar de ello, lo siguen haciendo y no asumen ninguna responsabilidad. Me cago en la radióloga de turno, cuyo nombre me encantaría publicar, la cual debería dedicarse a trabajar de cajera en un supermercado o realizar cualquier otro oficio del cual no dependa ninguna vida. Me cago también en los responsables del hospital de Valdecilla, los cuales se atreven a responderme que no cometieron ningún error.

Mi padre tendría que estar vivo. Si los profesionales de la mejor sanidad del mundo hubiesen hecho su trabajo como corresponde, seguramente lo estaría.


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