Mi primer terremoto: 19 de septiembre de 2022, Ciudad de México, más o menos a las 13:00 horas. Dicen que fue de magnitud entre 7.4 y 7.7 en la escala de Richter.
Después de escuchar los helicópteros y la alerta sísmica mientras me duchaba, salgo del baño y me visto. Hugo ya había vuelto de hacer trámites; llegó rápido, pues tenía una turbulenta sensación. Con la toalla en la cabeza, me estoy poniendo los zapatos y, cuando me dispongo a atarme los cordones, se oye en la habitación de al lado: —¡¡Está temblando, está temblando!! —Todavía no sentíamos nada, pero Hugo y yo nos miramos y, en un impulso de milisegundos, agarré mi teléfono, mi bolso y salimos corriendo.
Toalla en la cabeza y zapatos desabrochados. Era la segunda planta del hotel y trotaba pisándome los cordones. No sabía si lo que se movía era mi pulso, toda yo, el edificio entero o la inmensa urbe con sus veintipico millones de habitantes. Empecé a bajar las escaleras tambaleándome de la pared a la barandilla. Delante mío, un señor paralizado y una señora, creo que la de la limpieza, ayudándolo a bajar. Miro hacia atrás y Hugo con un extraño semblante entre el desconcierto y la rutina.
Bajo mis desatados pies, se sentía algo familiar y a la vez extraño, como cuando vas de pie en el autobús y percibes que hay dos suelos, uno de ellos moviéndose en disonancia: el del propio bus sobre la carretera estática. Sin embargo, ahora se movían en desarmonía la corteza terrestre y las placas tectónicas.
Al llegar a la planta baja del hotel, la enorme lámpara de cristales de la entrada se balanceaba amenazante. Cruzamos el umbral: la luz del día. El minuto de pánico pasó más rápido de lo que realmente dura un minuto. Con el cielo abierto sobre la cabeza, el peligro se percibe menos, salvo cuando miras la farola moverse y te pones a pensar en qué ocurriría si se hundieran las calles y las edificaciones. No obstante, la gente alrededor parece bastante tranquila para las circunstancias. Se dice que los mexicanos están acostumbrados a los terremotos.
Por fin puedo abrocharme mis zapatos. Saco el teléfono y grabo cómo aún se columpia la farola. Aviso a mi familia de que todo bien, para que no se asusten cuando salga en las noticias. Es mi primer sismo y, aunque no lo sentí tan fuerte y se pasó volando, estoy agitada todavía y no sé exactamente lo que hago ni lo que ocurre alrededor.
Años 1985 y 2017: los dos mayores sismos de la historia reciente de México ocurrieron el 19 de septiembre, por eso organizaron para este día el simulacro general. Por eso sonó la alerta sísmica y los helicópteros desfilaron por la ciudad. ¿Pero no iba a ser solo una prueba?
Ya se puede volver al hotel, ya puedo quitarme la toalla de la cabeza. Tenemos que salir a hacer unos papeles, pero antes pasamos a meternos algo en el estómago. Al lado del hotel, hay ese puesto de tortas y jugos que tanto nos gusta. Hoy, más que nunca, comemos de pie, en la entrada, por si vuelve a temblar. En la TV del puesto hablan de sismo preliminar. ¿Todavía habrá réplicas? El volcán Popocatépetl entra en alerta amarilla y hay riesgo de erupción.
Caminamos por las calles con el zarandeo aún en el cuerpo; la polifonía del DF, esa mixtura entre alboroto de los citadinos y sirenas de bomberos o ambulancias, hoy suena multiplicada. Fachadas cuarteadas, edificios desencajados unos de otros; se escuchan murmullos sobre fugas de gas en tal y tal calle y sobre sus vecinos desalojados. Entretanto, los comerciantes siguen trotando con sus negocios repletos: la gente compra y come como si no hubiera un mañana, como si no fuera hoy, 19 de septiembre.
Llegamos al edificio de gobierno para hacer nuestros trámites burocráticos: está cerrado hasta nueva orden. La seguridad (de los ciudadanos de primera) ante todo (ante la de todos los demás que se aferran a vivir la vida independientemente de si la Tierra bajo sus pies se estremece). Pero al menos consumir sí podemos, pa calmar los nervios.
Vamos al mercado de los artesanos y los rumores eran ciertos: hay habitantes y comerciantes que no pueden entrar a sus casas o negocios, porque se han desarticulado unos inmuebles de otros y hay escapes de gas. La alcaldesa de Cuauhtémoc, Sandra Cuevas, llega muy peinada y maquillada en moto y tranquiliza al pueblo. Les dice que de ahí no se mueve hasta que llegue protección civil. La graban periodistas, por ejemplo de Milenio, y curiosos como yo. Pero, de momento, nada se mueve, ni siquiera el suelo.