El cuerpo no solo es algo físico y mortal, sino que tiene un trazo divino: es un instrumento que nos permite visitar el paraíso en vida.
Arim Atzin, año 2007
Para los estoicos, el universo está regido por una Inteligencia Divina y a la vez física que ordena todo y da vida a la materia (el lógos). Decía Eusebio: “Dios está mezclado con la materia, la penetra y conforma”. De hecho, el fuego es para ellos la semilla que contiene la razón de todo, así como las causas del presente, pasado y futuro. La sucesión y vinculación de estas causas constituye el destino, visto como una Providencia Divina o como el Karma (bien entendido: ley de acción basada en causa-consecuencia.) Es el elemento de esa inteligencia regidora que vivifica y transmuta la materia. Por otro lado, el aliento, energía espiritual a la que llaman Pneuma y tanto recuerda al Prana (sánscrito), Chi (chino) o Ki (japonés), transporta esa inteligencia y llena los cuerpos, dándolos vida. Fuego y aire son elementos físicos y, a la vez, etéricos y divinos.
Yo comparto bastante de esta filosofía panteísta estoica que no solo no demoniza al cuerpo, sino que lo considera igualmente sagrado y parte de un todo divino. Y es que el cuerpo es el vehículo que tenemos para movernos en este plano y para convertirlo en un lugar mejor.
Mi poesía, en la que busco alcanzar la divinidad
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