Amanezco a tu lado,
en la entraña la luz se refleja,
y al día siguiente
un gong me despierta:
llena, menguante, nueva
la luna vacía
nos hace vibrar
y surcos
de no más de cuatro kilómetros y medio
intentan perforar nuestra epidermis,
pero se topan con un secreto:
la coraza más férrea del universo
solo nos acoge a ambos.
La luna es hueca,
naturaleza creada por nosotros
para eclipsar el lado humano y oscuro
de nuestra resistencia a lo divino,
para revolucionar mareas internas
y amansar las estaciones del alma,
para velarnos
e invocarnos a la distancia,
para provocar alumbramientos
y hacernos aullar ante su danza.
Es hueca,
suficientemente hueca
solo para resonar
en nuestros brazos crecientes
y una vez más proclamarse llena
de espacio, de tiempo y de nosotros.
Mientras, ahí fuera,
que siga temblando el mundo.