Es una única: sois uno, un sentimiento abismal que te empuja desde dentro a querer fundirte con la persona todo el tiempo. Se siente sagrado. Es algo jamás sentido antes y recíproco. Sin embargo, resulta familiar, siempre estuvo ahí y esperó a descubrir la existencia de la otra persona.
Desde el inicio la empatía es tan intensa, que, si todavía no estás muy equilibrada espiritualmente, te hace daño. Todos sus estados de ánimo, positivos y negativos, se te pegan a ti y a él los tuyos. Al principio, por la falta de autoconocimiento, hay doble guerra: contra ti misma y tus propios demonios y contra los de él que se vuelven parte de ti. Tiempo muy convulso y delicado. Pero como él es único: sois uno, el alma gemela, no hay nada que pueda destruir ese vínculo.
Aprendéis a domar los egos, cambias lo tóxico en ti, lo transmutas y por él estás dispuesta a todo, igual que él por ti. Eres capaz de realizar enormes sacrificios. Además de morir para renacer, desarrollas un mejor entendimiento para que todo fluya comprendiendo su parte humana, su experiencia vital, miedos, carencias, defectos, en pos de saber cómo reforzarle para animarle a superarse. Además, también está el sacrificio que realizas con gusto y amor de estar físicamente separados por decenas de miles de kilómetros y un océano y esperaros y veneraros, porque no hay nada que pueda separos. Aunque os urgís, preparáis con paciencia e ilusión el futuro juntos y, mientras éste acontece, el próximo encuentro.
La confianza es plena, te dejas caer en sus brazos porque sabes que tendrás siempre su amor incondicional. Lo sabes, y esa energía te envuelve, penetra y sana. Como a una niña pequeña los brazos maternos, porque él es fuerza vital, mas es igualmente dulzura y abrigo y serás tú lo mismo para él cuando lo requiera. La parte femenina y masculina se vuelven uno en ti y tú con él y ya nada es relativo: recuerdas la divinidad más absoluta. Tú estás para él incluso más que para ti misma, pero él está igual para ti, así que jamás te abandonarás.
Y qué decir del tacto de su piel. Nunca antes has necesitado de esa manera un cuerpo y te impulsa a desnudarte por fuera y por dentro. Mientras os miráis a los ojos, él sentirá y hará lo mismo. Fundirse en un abrazo os purificará y jamás nos cansará. El tiempo deja de existir, porque nunca ha existido siendo tú plena y completamente, sin disfraces ni yoes. Sabes que ha llegado el momento de entregarte al infinito y que ésa es la verdad suprema: aprendéis a ser de nuevo un niño jugando feliz e inocente.
Conocéis vuestra vulnerabilidad y guardáis ese secreto para compartirlo en la intimidad donde poderos fortalecer y curar. Simplemente sabes que es él y que tú eres: sois uno, no cabe duda, ni engaño, ni apariencia para este quebradero de todo lo material. No existe comparación alguna con la fortuna de compartir la existencia con él y de haber llegado tan lejos gracias a un amor imposible de destruir, porque ni tú serías capaz y eres consciente de que él tampoco.
Es una divinidad coincidir en la misma vida.