Las plantas tienen la misma inteligencia que los animales, tienen sentimientos y, además, pueden sentir dolor. Muchos se preguntarán cómo es posible esto si no hay un sistema nervioso que lo avale científicamente, pues bien, las células de la planta transportan electricidad por lo que el vegetal en sí se concibe como un cerebro.
Siempre había intuido esta teoría, la cual cada vez se está tomando más en serio por parte de la ciencia. Muchos compañeros veganos la quieren negar y refutar. ¿Por qué no aceptan que las plantas tienen capacidad emocional y sabiduría? ¿Por qué no aceptan los experimentos que han demostrado que las plantas tienen telepatía y reaccionan con miedo cuando una persona únicamente ha pensado en arrancarles una hoja? Que lean La vida secreta de las plantas, de Christopher Bird y Peter Tompkins. Que vean el vídeo que comparto abajo.
Se supone que si tenemos nosotros los veganos la gran empatía y sensibilidad para ver el sufrimiento animal y luchamos contra el especismo, deberíamos también comprender, más allá, que la vida y la conciencia están en todas partes. No ignoremos a la Madre Tierra, ni al Cosmos. La materia básica que muta hasta devenir un ser vivo se encuentra en todo el universo. Incluso hay dificultad para definir qué es exactamente la vida. Existe tanto allá fuera que todavía desconocemos… pero cierto es que el vacío no existe y que la conciencia bulle en todas partes, nos conectemos a ella, o prefiramos seguir evadiéndola.
Antes de hacerme vegana, incluso vegetariana hace cuatro años ya, me planteé muchas de estas cuestiones. Aquello con lo que muchos insensibles bromean, eso de que “las lechugas también gritan”, es verdad, no es ninguna guasa, por muchas risas que ello cause. En el vídeo que dejo abajo explican los experimentos realizados que demuestran esto. Ponen el ejemplo de los tomates y las plantas de tabaco, que emiten unos ultrasonidos (inaudibles para nosotros, pero perceptibles para otras especies animales, como los murciélagos) cuando pasan mucho tiempo sin agua. No sé en qué medida su sufrimiento sea comparable con el de los seres del reino animal. Sin embargo, esto me recuerda al típico alegato de que los peces también sienten dolor, aunque no se les oiga: las plantas también sufren, queridos compañeros y detractores de todo tipo, aunque no les veamos los ojitos, aunque no las podamos escuchar, aunque queramos ignorar este hecho como excusa para seguir devorando animales, o para todo lo contrario.
¿Temen algunos veganos quedarse sin argumentos ante los que tan a menudo nos atacan, o es que el veganismo ya no sería el culmen de la moralidad? ¿Es el veganismo un constructo del ego en vez de un camino de conocimiento? A veces parece que es una dictadura mental, más que una lucha consciente. Normal, pues al final tanto omnívoros como veganos somos personas egoicas… “¿Y qué van a comer ahora los veganos?”, preguntan con burla los burdos. Pues, por mi parte, seguiré alimentándome de frutas, verduras, semillas, legumbres, germinados, setas… ¿Por qué? Pues porque comer animales y sus derivados me daría mucho asco. Porque, quiera o no, me dan mucha lástima los animales y prefiero comer plantas antes que a ellos. Y porque todo lo que pueda hacer para causar menos daño e impacto al medioambiente, sin dañarme a mí misma, lo hago. Por desgracia aún no tengo el don de nutrirme en exclusiva del sol y del aire (contaminado) y necesito, por lo tanto, mis vitaminas, fibras, proteínas y minerales que perfectamente obtengo en el mundo vegetal. La vitamina B12 la adquiero directamente de una pastilla, en vez de consumirla a través de un cadáver al cual durante su “vida” se le ha suplementado también.
(Personalmente, tomo este suplemento: Multivitaminas y minerales veganos, de la marca Vegan Vitality. Trae 180 unidades, para medio año de suplementación, y está súper bien de precio. Cada día tomo una pastilla y, por supuesto, son aptas para veganos. En realidad, los veganos solamente necesitamos cubrir la carencia de vitamina B12, pues, teniendo una alimentación equilibrada, no tenemos por qué tener carencias de otros minerales y vitaminas.)
Al ser más parecidos a los humanos, se conoce mejor cómo funciona el padecimiento de los animales. La magnitud del dolor y del miedo que padecen las plantas todavía la desconozco, así que me resulta inevitable sentir más empatía por los animales. Pero todo esto no quita para que debamos reconocer que las plantas también sufren y cuando las ingiera e ingiera sus frutos y semillas, lo haré con más respeto aún. Ojalá pudiera permitirme más vegetales de agricultura ecológica, aunque este sello ecológico no es garantía de que no haya sido nunca fumigada la tierra, a pesar de que el nivel de químicos sea bajo. Lo “eco” es todo un negocio oportunista, a pesar de que formemos parte de él con nuestra buena intención. Las buenas causas venden bien en este mundo infectado de intereses. Lo ideal sería producir nuestros propios alimentos, tener una huerta de permacultura: “el diseño consciente y mantenimiento de ecosistemas agrícolas productivos, los cuales tienen la diversidad, estabilidad y resistencia de los ecosistemas naturales. Es la integración armónica del paisaje y la gente produciendo comida, energía, cobijo y otras necesidades y no materiales de una manera sostenible”. Ésta es la definición de Bill Mollison, creador, junto con David Holmgren, del concepto de permacultura. Lo que yo no tuviera, lo que me faltara, podría obtenerlo mediante trueque o comprárselo directamente al vecino y viceversa, lo que él no produjera, que me lo comprara a mí. Eso es una utopía en esta sociedad, pero ojalá algún día haya esta verdadera re-evolución.
Merece la pena luchar por este ideal, pues el negocio de la agricultura es tan nefasto para la naturaleza, las plantas y los animales, al igual que para los humanos mismos, como el negocio de la ganadería y de la pesca. Los monocultivos extensivos son lo mismo que la ganadería intensiva: se trata con la misma falta de conciencia, es decir, sin respeto, por igual a animales y plantas; se les considera objetos sin ningún derecho; se les infla a químicos para que engorden más y más rápido; se les hacina en diminutos espacios que no les permite ni moverse, en el caso de los animales, ni esparcir sus raíces, en el caso de las plantas; se les arranca violentamente del sitio para asesinarles o cosecharles; etc. No se les permite reproducir su inteligente y enigmática naturaleza, pues su existencia se basa en la mera materialidad de ser usada y las sobras desechadas para empachar al pueblo que tan siquiera les dedica una mirada de alma a los restos que habitó otra alma. Distinto “producto”, misma inconciencia humana.
Mas qué pensar de la humanidad, cuando entre nosotros mismos nos utilizamos, si aún existe el racismo y la xenofobia (y la vegafobia) y el tráfico de personas, incluso. Violaciones, asesinatos… Cómo no íbamos a usar a otros seres que consideramos más inferiores aún que a nosotros mismos. Drogas, alcohol, autotortura psicológica… No podemos pensar en los demás, en el bienestar del planeta, si no damos valor ni a nuestros propios cuerpos y espíritus más que para aparentar y seguir modas. Y qué bonito es el tigre del zoo, y qué bien decora esta orquídea. ¿Hola? Aunque la mona se vista de seda, sigue siendo un ser vivo que se merece el autoconocimiento para desarrollarse en todos los sentidos.
Es imposible plantearse trabajar por un futuro mejor teniendo una mentalidad inmediata de las cosas. Con un solo clic quedamos satisfechos un segundo y no hace falta mover montañas, que ellas vienen virtualmente, una tras otra para llenar huecos. Ojalá el clic en este vídeo remueva algo en vuestro interior.