Hace pocos años, muchos minutos y casi infinitos nanosegundos surgió esta gran explosión. Los instantes parecen insignificantes si se ignora que portan los sémenes del estrépito. Ellos me despertaron y me diseminaron, ellos se olvidarán de mí. Algún día perderán también el sentido. Pero hasta el momento en que no haya momento, en que nos fundamos en el hielo invisible, seguiré luchando contra corriente y ardiendo por despertar y diseminar, por colisionar olvidos y rearmarlos de nanochispas.
Mientras algún reloj cloqueaba en original augurio, volé el himen de las amontonadas palabras y lo emborraché dentro de suspiros y orgasmos contraídos en la sangre: mi órgano geométrico y estrellado albergaba el fluído curvado, dormido.
Vibrante circula de nuevo y sus cuerpos precipitan el corazón.
Ciertos acordes traspasan bajo mis venas la dimensión subatómica, donde ya no hay un dónde ni un por qué; donde ya no incide el cuerpo. La mirada más veloz se ordena traslucir y ruboriza la sangre.
En ese rumor vira el caos sobre el orden, belicioso amante que sisea sus cuerdas crónicas y las frunce más deprisa: la pareja mortal desenfrena el cauce y mi órgano se extravía ágil y lento al silencio.
Hasta un nuevo estallido.