Los hombres y las mujeres comienzan una relación o el matrimonio despreocupados, imaginando que todo va a ser fácil, ligero, placentero, y luego, poco a poco, empiezan a sentirse arrinconados. Y entonces, he ahí las discusiones, las disputas, hasta que entienden que para restablecer la situación, hay que hacer esfuerzos, olvidarse un poco de sí mismo para pensar en el otro.
Lo que tomaron como un recreo es en realidad una escuela, donde comienza a hacerse el aprendizaje más importante para cada ser humano: la expansión de la consciencia.
Ustedes se preguntan: ¿en qué consiste esta expansión de la consciencia? Consiste en salir de su pequeño yo limitado para entrar en la inmensa comunidad de seres.
Omraam Mikhaël Aïvanhov.
Normalmente, ocurre que uno quiere dar la mejor imagen de sí mismo a la persona que le gusta y esa persona actúa igual. Que solo se vea lo positivo, porque lo feo a nadie le apetece, ya bastante tiene uno consigo mismo como para aguantar lo del otro. Se muestra más intelectual, más creativo, más educado, encantador y paciente, estudiando los gustos de la otra persona para adoptarlos como propios con tal de tener más cosas en común con el “objeto” deseado. En realidad, no le fascinan estas cosas más allá que como un medio para llegar a la persona que aún no se considera de carne y hueso salvo para la autosatisfacción. Entonces, vínculos entre esas fantasmagorías se establecen y todo es aparentemente perfecto: sus egos de cazadores pasivo-agresivos, esas máscaras de pellejo ambicionado tras las que esconden sus intenciones egoicas, se relacionan, sacian y convencen entre sí.
Si la ficticia relación prospera, llega un punto en que comienzan a convivir y aquí es donde caen los velos: “¡No le gusta la misma música que a mí ni le interesa en absoluto la poesía o el arte! […] Oh, tanta paciencia no tiene, ¡hasta se pone agresivo!” Otro tipo de egos entran en juego, porque esto es un verdadero juego, y éstos son egos activo-agresivos, pero igualmente disfraces tras los que se ocultan seres que nunca se han atrevido a mostrarse tal cual son, con todas sus luces y sus sombras.
No solo se han escondido tras pesados atuendos en esta selva llamada sociedad, no solo han salido a cazar la presa que más les convenía, como quien elige en el mercado el artículo que mejor combine con su vida, sino que en muchos casos no se han enfrentado a sus propios monstruos. ¡Normal que no quieran saber nada de los de alguien más! Pero eso no es el amor. Eso es lo más alejado al amor.
El amor es desnudarse en su totalidad frente al otro sin ser rechazado, sin un atisbo de tela que cubra las zonas más vergonzosas ni realce las más agraciadas. El amor es realidad, tan real como verse reflejado con toda la tiniebla y el brillo en el otro, reconocerse ahí, aceptarse y comenzar a sanarse, contemplando las mismas sombras y la misma luminosidad en el otro, reconociéndolo y aceptándolo como igual. El amor es una lucha constante contra el propio ego, una lucha hombro con hombro desde la comprensión que implica equitativamente a ambos. El amor es el vínculo sagrado entre esos dos seres que avanzan transformándose de la mano y dejando atrás todo lo que realmente no son.
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