Soy filósofa de mi propia existencia, es decir, poetisa
Soy filósofa de mi propia existencia, es decir, poetisa

Del Mito al Logos

Cómo la mentalidad depende de la concepción del tiempo

Vivimos según el tiempo cinético y diacrónico nos dicta, en una especie de narración mítica de la historia según la cual justificamos y ensalzamos el pasado, devoramos el futuro; nos tragamos el cuento del progreso, triturando nuestro medio ambiente y entornos que no encajan con el plan. El plan es siempre ir a más y mejor y la sociedad occidental es como una persona que crece y aprende hasta el infinito y sin contacto con otras personas distintas.

Tan triste es ese plan, que en él instantes eternos simplemente son ignorados y curiosamente desmitificados; por ejemplo al besar a un Otro, a un polo opuesto que atrae y con el que uno se funde experimentando una especie de todo infinito. Y digo desmitificados, porque el propio ritmo del plan los convierte en simples leyendas, aplanándolos dentro de la corriente llevadera de la espectativa usual, para finalmente instrumentalizarlos y devorar también su significado.

Y aquellos momentos oportunos, especie de fortuna por azar también son desmitificados y normalizados en la línea de progreso.

A la diacronía, esa experiencia común de la temporalidad de los otros, puede llegarse con la base del diálogo. Éste no solo requiere dirigirse a los demás, sino aceptarles de antemano tal y como son. De todo lo que guardamos en nuestro interior (ideas, prejuicios, creencias…) puede que jamás seamos conscientes si no lo sacamos a la luz; en la relación con otros no sólo nos enfrentamos a sus pensamientos, sino que primero nos enfrentamos a los nuestros. La meta no es cambiar al otro, sino comprenderle, aprender de él, intercambiar e incluso sorprenderse; sí – porque nada es obvio en el mundo, como no lo es que exista el mundo ni que existan maneras distintas de ser.

No interesa, en el siglo XXI, que nos paremos a sorprendernos de la existencia del mundo, como hacía Ludwig Wittgenstein; solo interesa seguir la corriente. Y me parece curioso cómo podemos aprender de la temporalidad griega, 2.500 años después, que distintas experiencias con el tiempo pueden ayudarnos a sentir que somos algo más que simples máquinas programadas ayer para hacer su trabajo hoy y ser sustituídas mañana por otras máquinas mejores.

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