1837, a los 24 años:
En la desesperación de la moderna vida privada, de la cual no lograba exprimir ni el más mínimo atisbo de terapia artística, se desgarró de mí la idea de un gran acontecimiento histórico-político en cuyo disfrute hube de encontrar una elevada dispersión de problemas y situaciones que no me parecían sino absolutamente antiartísticas.
Muchos años después, en El anillo del Nibelungo, el héroe Rienzi se reencarnaría en Siegfried. Rienzi es vida por sí solo. Rienzi es un universo emocional que se cuela por todos los sentidos.
Al principio, existe una tímida atmósfera nostálgica, melancólica y triste. La inocencia enseguida se ve contrariada por sensaciones turbias y reprimidas que no se atreven aún a manifestarse. Ello aún enmascarado de conformismo.
Pero el ego es fuerte y pronto comienza a escaparse hasta que no puede la persona mantener el control de sus propias emociones. Necesita volcar su furia, demasiada furia en erupción, tantos tempos contenida. La asquerosa rabia ardía en lo más profundo y necesitaba purgarse para que comprendiera.
En iracunda exaltación empiezan a atisbarse destellos de la conciencia. El yo alcanza la cima altanera, mas cual buen bipolar brota ahora una alegría cada vez más frenética. A desfilar, bailar y hasta saltar se torna.
No, Rienzi, aún no estás preparado para superarte a ti mismo, pero al menos escalas una cumbre increíble y ya estás listo para volver a contraerte hacia lo más profundo de tu ser. Tal vez en la próxima purga llegues a la iluminación. Tal vez en otra vida como Siegfried. Porque como Richard no has logrado vencer tus miedos ni el orgullo, pero sí al menos transmutarlos en la obra de un dios.
Ya lo dijo tu amiguenemigo Friedrich, quien te amaba y odiaba por igual y deseó poseer a tu esposa:
Contra Wagner recibe uno fácilmente demasiado derecho/demasiada razón.
Friedrich Nietzsche, IV, 3, 449