Por poder no pierdo el tiempo, por querer sí. No pretendo llamar a la mosca de detrás de la oreja, die hinter dem Ohr fliegende Fliege, mas lo soporífero del despegue diario me hace aterrizar en mi soplo fresco – y prohibido.
Con sólo un abrir y cerrar de ojos se abren los poros del octavo sentido (el estético, multiplicación de todos los demás y división entre la razón y la destreza de estar loca).
Ocho y ocho son dieciséis perlas sin su concha particular donde retirarse; es el peligro nacarado de mi collar de perlas en su guarida el que vuela más las alas de mi mosca, que zozobra en el pabellón auditivo y preña una hoja del blanquecino pudor por la verdad espectante de verse a sí misma como desapercibida por el universo.
¿Engañan mis sentidos? ¿Mis perlas? ¿La mosca? ¿Cómo saber si estoy reconocida por mi mismo traqueo respirativo? Aún sin saber qué paso da el aire maniobrado, mi mosca baila conmigo engarzada entre las perlas de los oídos.