Hace menos de un mes visité en Ciudad de México a Hugo, mi novio. Ocurrió algo muy extraño, algo súmamente misterioso digno de ser analizado por el mismísimo Iker Jiménez y por Carmen Porter en su legendario programa Cuarto Milenio. Se nos aparecieron unos traviesos fuegos fatuos que jugaron con nosotros.
Pero antes de comenzar a narrar esta experiencia, he de añadir que con Hugo pasan a veces cosas bastante raras. Por ejemplo, estamos hablando por teléfono (le llamo a su móvil desde Skype), y de repente oigo conversaciones telefónicas ajenas en español mexicano, pero también en otros idiomas que no sé identificar, pero que parecen asiáticos. Una vez estábamos hablando por teléfono y él oyó un alarido y unas incomprensibles palabras salir de su altavoz, como si hubiese habido un demonio a mi lado que gritase al micrófono del teléfono; pero yo no oí absolutamente nada. Pensé que se debería a que su teléfono estaba viejo, pero no. Tuvo uno nuevo y siguió ocurriendo. Entonces, imaginé que tendría que ver con que le llamo desde internet, pero tampoco ése es el motivo, pues a él le ha pasado lo mismo conversando de móvil a móvil. Creo que él tiene algún problema con los aparatos electrónicos, ya que muchas veces le dejan de funcionar aún estando supuestamente nuevos, o se le acaba la batería extrañamente rápido. He llegado a pensar que él es como una especie de canalizador de energías que hace que los aparatos se bloqueen o estropeen, entre otras muchas cosas que no voy a contar ahora.
Como adelanté, en este último viaje a su país natal pasó un acontecimiento anómalo. Era un viernes cualquiera a las 9 de la tardenoche e íbamos paseando por el centro histórico de la Ciudad de México. Ya había atardecido y aún paseaba gente por las calles: familias y parejas que iban y venían, personas que salían a cenar o se iban a tomar algo. No estábamos aislados, ni en ningún cementerio. Estábamos en una plaza céntrica ante un edificio colonial muy bonito que durante el día es muy transitado y a esas horas estaba más tranquilo. Más en concreto: nos situábamos frente al antiguo palacio de la Inquisición, en el escenario donde 500 años antes asesinaban a los herejes (a los nativos de estas tierras que no se querían someter al catolicismo…).
Nosotros habíamos salido con la intención de ir a cenar, pero Hugo quiso, al pasar por esa plaza, sacar unas fotos con su móvil. A mí me sorprendió un poco, pues era ya de noche y pensé que no se vería mucho. Primero sacó tres o así en las que aparecía yo con el edificio de fondo. Después yo me aparté y vi cómo fotografiaba la fachada solamente. Vi en la pantalla, cuando la hizo, algo extraño verde y le dije que me mostrara la foto. Se veían unas manchas verdes con forma de pepino volador. Nos pareció raro, pero pensé que igual era casualidad, y le dije que sacara otra foto. La sacó… y cuando apretó el botón, aparecieron en la pantalla otras luces verdes que volaban rapidísimo en todas direcciones, pero solamente se veían en la pantalla, en el aire no se percibía absolutamente nada. Hizo otra foto más, y otra, y otra… en total unas 40 fotografías sacó en que se aprecian estas… ¿luces fatuas?
Siempre ocurría lo mismo: era apretar al botón del móvil para hacer foto, y entre 5 y 10 luces verdes aparecían en la pantalla volando muy veloces en todas direcciones, pero en el aire no había nada. Solamente se manifestaban en la pantalla de su teléfono cuando mi novio daba al botón de hacer foto, no antes ni después. Hicimos la prueba y sin apretar el botón no se manifestaban. Y eran tan rápidas, que a veces pasaban por la pantalla y revoloteaban y desaparecían antes de que la fotografía se hiciera, captando la cámara tan solo el rastro verde y alargado que dejaban.
Les bautizamos cariñosamente como pepinos fatuos, debido a su forma y su color. Siempre eran verdes, salvo uno, creo que solo uno o dos vimos azulados. Y parecía que estaban jugando con nosotros, burlándose de nosotros, vacilándonos. Probamos a hacernos unos selfies, y ahí no apareció ninguno. Probé a hacer fotos yo con mi móvil, y tampoco se veían. Solo ocurría cuando mi novio las sacaba con su teléfono. Pero de repente, ante nuestras narices, y con 40% de batería, se le apagó el teléfono apareciendo en la pantalla el aviso de baja batería.
Y no, no había ni moscas, ni mosquitos, ni nada raro en el aire. No había luces que provinieran de ninguna fiesta, ni del edificio, ni nada de nada. ¿Podría deberse a un defecto de su cámara? Pero únicamente ocurrió esa noche y en ese lugar y cuando él apretaba el botón. Eso no le había pasado jamás. Además, no sentimos que fuera ningún defecto de su teléfono. En todo caso, sentimos como si unos seres hubiesen provocado ese “error” en su móvil para manifestarse, porque volaban en ese único instante, al apretar el botón, hacia todas las direcciones. No se asemejaban a nada plano, ni a nada proviniente de los píxeles de la pantalla, sino que se veían como si estuviesen integrados en el entorno, en esa plaza, frente a la fachada, tomando forma en la tercera dimensión. Nos dio la sensación de que tenían una inteligencia.
¿A qué se habrá debido su aparición? ¿Por qué tienen esta forma y este color? ¿Qué enigmas esconde esta plaza del centro histórico de Ciudad de México? Son muchas preguntas y ninguna respuesta. Solo queda en nuestra lógica esgrimir una hipótesis, o más allá aún, en la imaginación y la intuición, que no son precisamente sinónimos de la fe y la creencia.